Por María Luisa Estévez y Claudio Concepción
El pasado miércoles tuve el privilegio de compartir una grata velada con colegas de la crónica de arte, en compañía de una figura que encarna fuerza, voz y talento como pocas en la radio dominicana: Mildre Aquino, mejor conocida como “Mildre La Máquina”. Y debo decir que ese apodo no es una exageración: es una verdadera máquina, de voz potente, personalidad arrolladora y una energía que se contagia.
En ese encuentro, más que una conversación entre colegas, vivimos una celebración de su trayectoria. Mildre no solo habló de su presente profesional, con importantes proyectos desde Nueva York y otras ciudades de los Estados Unidos, sino que también nos recordó la ruta que ha trazado con determinación, disciplina y talento genuino.
Desde los estudios de La Vega y Santiago —bajo la tutela de figuras como Gabriel Grullón Alba, Rubén Santana y Ciprimar— hasta llegar a grandes plataformas como Univisión Radio, 93.1 Amor FM, La Mega 96.5 FM, en Atlanta, y su espacio en LPM Radio, Mildre ha construido una carrera sólida, sin escándalos ni atajos, sostenida únicamente por su calidad.
Pero más allá de los micrófonos, Mildre Aquino representa algo que va más lejos: la perseverancia de la mujer en medios tradicionalmente dominados por hombres, y la capacidad de reinventarse sin perder la esencia. A sus 24 años de carrera, se mantiene como la única animadora femenina activa y relevante en la radio dominicana, lo que no es un dato menor, sino una gran hazaña.
Su voz no solo informa y entretiene; emociona y conecta, algo que no se enseña, sino que se tiene. La hemos visto brillar en la cabina, pero también en escenarios, en el modelaje, la actuación, el doblaje. Su versatilidad no es casualidad: es el resultado de un compromiso con el arte y la comunicación.
Mildre es, sin duda, una figura que merece ser reconocida no solo por lo que ha logrado, sino por lo que sigue construyendo. Su historia inspira a nuevas generaciones de locutoras, actrices, comunicadoras y artistas. Porque en cada palabra, en cada intervención, Mildre no solo habla: hace historia.
Y como buena máquina, no se detiene. Ni piensa hacerlo.