Por:Armando Almánzar R.

En este país de nuestras penas y
alegrías cualquier muchacho se para en una esquina de su barrio y
discute sobre las jugadas del juego de la noche anterior tal y como si
fuera el “manager” del equipo de su preferencia.
En este mismo país, ese mismo muchacho verá “Ponchao” y se dará cuenta
de los errores y las incongruencias que pululan en esta comedia,
demostrando, de manera palpable, saber más sobre beisbol que sus
guionistas.
Por ejemplo, que por más que se afeite
Manny Pérez nunca va a parecer un joven que se quite unos añitos para
firmar con un equipo profesional dominicano, porque de 44 no se puede
volver a los veinte.
Por ejemplo, que un equipo profesional
no contrata un lanzador para que esté en el banco descansando mientras
un tal Fernando (José Guillermo Cortines) es quien lanza todos los
juegos, algo que se demuestra cuando, al comenzar uno de esos partidos,
el Fernando no llega y solo gracias a ese hecho fortuito es que
permiten a Alex lanzar.
Pero hay otros detalles que a lo mejor el muchacho no capta: que Alex
está contratado por un equipo profesional, lo cual implica un muy buen
sueldo, pero, a pesar de ello, su querida esposa Rosalina sigue viviendo
en una choza que se alumbra con una vela.
Tampoco tal vez advierta que, al empezar
la historia, vemos a un Alex de unos 10 años y a su madre joven
abandonada por el esposo. Ya siendo Alex pitcher, un buen día aparece
como por arte de birlibirlo que el padre y le vemos a él y a la madre
como dos ancianitos. O sea, que no parece que hayan pasado algo más de
quince años, sino tal vez cuarenta, a juzgar por el deteriorado aspecto
de sus padres.
Y que la esposa espantosa del
propietario del equipo lo mande a buscar con sus dos matones
atemorizantes para seducirlo, a lo que Alex, asqueado, se finge “gay”
para esquivar el intento del esperpento, para que entonces sus amigos le
digan que tiene por fuerza que dejar claro que es “gay” para que ella
no le mande a matar por despreciarla, y que entonces el Alex se dedique a
dar un show perpetuo de homosexualidad que nunca hemos conocido en
ningún personaje de esa naturaleza (a menos que no sea en un show cómico
de la TV) de tan exagerado, o sea, que el actor en sus manifestaciones
físicas sobreactúa espantosamente.
En términos generales, no encontramos,
tal vez por esa misma causa, actuaciones que puedan destacarse. Algo que
hemos visto y repetido hasta el cansancio: si los personajes no poseen
valor como entes humanos desde el punto de vista sicológico y social,
poco puede hacer un actor para lucirse. ¿Dirección? Lo de Josh Clark es
tan pedestre como su trabajo en “La soga”, aquel drama con
sobreabundancia de cerdos simbólicos.
Sí podemos decir, para que no se diga
que nos ensañamos con la comedia, que anda su temática por rumbos algo
diferentes a las ya vistas y despreciables. Claro que emplea las figuras
conocidas de la TV, pero no como meros muñecos, ahora por lo menos se
intenta un diseño de personalidad diferente, una vida más normal para
seres como ese Alex, como la Rosalina o sus amigos Gilberto y Boli, pero
ser diferentes no implica carga existencial apreciable, sólo que no son
lo mismo que los gastados y acostumbrados de siempre.
Por esa razón, seguimos instando a los “creadores” cinematográficos del patio a trabajar más sus guiones.